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    martes, 31 de enero de 2012

    Internet no es la panacea para las revoluciones



    En cuestión de comunicación Internet es algo tan revolucionario como lo fue, en su momento, la imprenta. Pero, a pesar de que  cualquier documento gracioso recorre en apenas horas toda la extensión de la humanidad conectada a la red... las ideas importantes no corren la misma suerte.

    La diferencia se debe a que la tecnología ha progresado mucho más rápido que la inteligencia humana en un sentido general.

    Continuamos teniendo cerebros decimonónicos. Nuestra visión del mundo y de la sociedad se organiza de una manera que Google ha intuido magistralmente: organizamos nuestro mundo mental en círculos más o menos cerrados.

    Cada ser humano vive en un círculo

    Y no sabemos o no queremos saber mucho de los demás círculos.

    Nuestro cerebro es primitivo en su funcionamiento básico. Se aferra a una estructura de supervivencia basada en el miedo y la búsqueda de seguridad. En general el mundo nos aterra. Lo ignoramos casi todo y nos pesa como una losa la incertidumbre acerca del espacio y el tiempo. Sobre todo, el tiempo.

    Sabemos que la vida humana es relativamente corta. Nos da mucho miedo ese inmenso espacio negro imaginado que llamamos futuro. Por tal motivo nos aferramos patológicamente a cualquier atisbo de seguridad, a toda estructura real o artificial que tenga, para nosotros, apariencia de solidez.

    No se puede explicar de otra manera la defensa histérica de la que hacemos gala en relación a los elementos persistentes de nuestros círculos: ideas sobre raza, género, cultura, tradiciones, religión, supersticiones, familia... Y también se observa en la forma en que hacemos nuestras otras subcategorías de elementos simbólicos que creemos nos pertenecen y/o representan: banderas, ideologías, equipos de fútbol, lugar de nacimiento, clase social, protocolos, costumbres, fiestas. 

    Hablamos de nuestra gente, nuestra tribu, nuestra ciudad, nuestra religión, nuestro mundo.

    Adoptamos formas de comportamiento y estereotipos que nos sirven para proporcionarnos una seudo-identidad y una estructurada aunque artificiosa sensación de seguridad.

    El círculo marca nuestros límites

    La misma idea de círculo lleva implícita su limitación. Un círculo delimita y marca fronteras. Dentro del círculo encontramos nuestra sensación de seguridad. Fuera del círculo viven todo tipo de "amenazas".

    Por la misma razón nuestro círculo marca los límites de nuestro conocimiento y comprensión del mundo.

    Aunque Internet nos permite echar un vistazo más allá y, eventualmente, expandir el círculo en el que vivimos la realidad es que esa expansión suele ser muy modesta y limitada. Persistimos en mantenernos en él y resulta pavoroso pensar siquiera en borrar una parte de su perímetro.

    Por eso mismo, por esa estructura cerebral decimonónica y cerrada, Internet no es la panacea para las revoluciones.

    No nos equivoquemos: Internet ha conseguido algo extraordinario que es conectar entre si círculos afines. Pero de ninguna manera Internet ha conseguido que círculos cuyo contenido es esencialmente distinto lleguen siquiera a crear algún vínculo simpático.

    La ceguera voluntaria a lo que va más allá del círculo

    Este es el asunto principal. Las personas desarrollamos una ceguera selectiva hacia todo lo que no encaja inicialmente con nuestro círculo. De hecho, buscamos información en círculos afines, nos movemos por los carriles de siempre. Si antes usábamos nuestro canal favorito de televisión para cubrir nuestras necesidades de información ahora nos extendemos por Internet... pero buscamos información en círculos afines.

    De esta forma podemos percatarnos fácilmente, en contra de lo que algunos sospechan, que no podemos propagar revoluciones a través de Internet. Pueden, si, unirse en una respuesta global gentes afines. Pero no hay un "grave riesgo" de que una revolución prenda como la pólvora gracias a Internet.

    Solo el desencanto y la miseria son capaces de romper los límites

    Suena descorazonador pero es así. Solo una desilusión repetida hasta el hastío es capaz de hacer variar el rumbo de las ideas. Paradójicamente los políticos sumisos a la ambición de los mercados son los mejores aliados de un cambio global. Pero solo el dolor y la miseria son capaces de hacer reaccionar en alguna dirección a las mentes aferradas a un círculo en el que creen sentir cierta seguridad.

    Son, desgraciadamente, las catástrofes las que consiguen movilizar. El mundo debe ser destruido para que, un día, las personas se despierten y no puedan encontrar sus propios círculos. Solo a partir de entonces, si la estupefacción no lo impide, será posible construir una sociedad distinta capaz de no repetir sus mismos errores.

    Pero, naturalmente, por esta vez desearía fervientemente estar completamente equivocado.


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