Vaya por delante que no soy partidario del insulto gratuito o como un medio argumental cuando el pensamiento racional se agota o resulta superado por el razonamiento de otros. Es un uso muy común, lo sé. Pero prefiero el insulto como adjetivo calificativo para describir lo que no puede ser descrito de otra manera. Al menos, so pena de minimizar la actitud o el hecho.
El insulto descriptivo es útil porque, aún cuando genere ofensa, no deja de ser una manera contundente de calificar lo que sea, sin que pueda ser fácilmente pasado por alto.
Hay numerosos acontecimientos actuales o históricos que merecen el uso del insulto. O del adjetivo fuerte, rotundo o, incluso, malsonante. Y como los acontecimientos son, en muchos casos, provocados por personas o colectivos es precisamente a dichos seres a quienes debemos dirigir el insulto.
Un insulto no debe ser nunca algo que pase desapercibido. Esa es precisamente su magia: poner de relieve el acto nefasto. Señalar al responsable en tanto y en cuanto no exista en él pesar, contricción ni propósito de enmienda.
De otra manera, no tendríamos una forma seria de dirigirnos a quienes pergeñan políticas de miseria, a los corruptos que malversan los dineros de la gente y las obligan a malvivir, a los que recortan derechos, a los que dejan morir indolentemente a quienes tratan de buscar refugio en otras partes de este mundo que es tanto de ellos como de cualquier otro, a los que torturan animales por deporte o diversión, a tantos y tantas que contribuyen a hacer de este espacio común algo manifiestamente perverso.
Dicho esto, me propuse buscar un insulto definitivo. Algo claramente descriptivo, notoriamente malsonante, potente como un sopapo con toda la mano abierta. Y no ha sido fácil. De hecho, aún dudo que los hallazgos de esta pequeña aventura sean verdaderamente definitivos. Porque, al fin y al cabo, todo evoluciona y cambia. Y el lenguaje es tan variado y está tan vivo que, posiblemente, siempre acabe apareciendo otra palabra que termine por superar a la anteriormente elegida.
He contado con la colaboración de algunas amigas y amigos en Twitter, a quienes cito al final de este artículo y, ya de entrada, recomiendo seguir porque siempre tienen muchas cosas interesantes (incluso divertidas) que aportar.
Condiciones previas
El insulto definitivo no debe insultar secundariamente ni paralelamente a ser vivo alguno que no se lo merezca. Por tanto, no vale por ejemplo: hijo de puta (que ni ser puta ni madre merece que le alcancen las desgracias que provoque su hijo o hija). Ni menciones a animales que suelen ser víctimas inocentes de los pervertidos estereotipos que asumimos los humanos. Ni palabras que también sean enfermedades o menguas involuntarias de cualquier tipo. Ni referencias a otros colectivos.
Con la condición anterior, la cosa no resulta ya tan fácil. En general estamos acostumbrados a pretender zaherir con referencias a otros prejuicios. Y todo eso termina creando sociedades insanas en las que consideramos en inferioridad a otras gentes basándonos en su raza o incluso preferencias. No, no puede ser ese el camino del insulto definitivo ideal.
Incluso el clásico español "gilipollas" no está exento de referencias indeseables. Según parece proviene del caló "gilí" con la acepción de tonto o lelo. Pero ser tonto o lelo no es, necesariamente, una condición voluntaria. Por lo tanto, no nos vale a pesar de su amplio uso y hasta graciosa sonoridad. Además, está tan gastado para asuntos insulsos que apenas mantiene el carácter y la firmeza necesaria para calificar lo incalificable.
Babaca es el equivalente a gilipollas en Brasil. Una bonita palabra de origen africano.
Por la vía de lo escatológico
Tras una interesante discusión, las mejores opciones parecen seguir este camino; el de lo escatológico, que es el de los excrementos. Así que ya tenemos la primera descripción para una persona cuyo comportamiento es inmundo, es decir, exento de la belleza moral necesaria para pertenecer a este mundo. O sea, un excremento.
Prácticamente todas las opciones que iban sonando mejor (en el sentido de esta búsqueda) marchaban, finalmente, por aquí: inmundicia, basura inmunda, escoria y mierda. Zurullo no, que da risa y se pierde la seriedad del asunto.
Curiosidad: escoria procede del griego skatos (excremento) y, aún más atrás en el árbol genealógico de las lenguas, del avéstico sker, con el mismo significado. De ahí, escatología en su acepción de estudio de las cosas excrementicias.
Terreno incierto
Muchos insultos carecen de la contundencia debida; ya sea por el uso excesivo o por su sonoridad humorística. También es cierto que la capacidad insultante de una palabra no está solo en sí misma sino también en la forma que se dice y en la actitud del que la vocaliza. En ese sentido, cuando son escritas pierden parte de su poder. Es el caso, por ejemplo, de pendejo que en origen se refiere a pelos del pubis y las ingles pero que se utiliza de infinidad de maneras distintas, especialmente en la América hispanoparlante.
Lo insano, lo maligno, lo perjudicial
Es evidente que si tenemos la necesidad de describir algo de forma que insulte, que haga mella o, al menos, que no deje indiferente es porque lo consideramos insano, maligno o perjudicial. La palabra maligno, en sí misma reune condiciones para ser usada como insulto. Pero también salieron a relucir otras como aberrante y abominable.
Aberrante se suele usar peyorativamente pero su significado es el de algo que se sale de lo normal. Y yo, personalmente, siento mucho respeto por todo aquello que se sale de la caja. De hecho, creo que el progreso verdadero suele producirse gracias a acciones o descubrimientos aberrantes en su más literal sentido. Pero abominable es claramente una palabra que tiene fuerza, tal vez por esa sonoridad profunda que le dan sus vocales abiertas. Y su significado no podría encajar mejor. Abominable es aquello que merece ser condenado o maldito por insano, maligno o claramente perjudicial.
Y las candidatas a insulto definitivo son...
basura
despojo
mierda
inmundicia
miserable
escoria
abominable
Para mi gusto, hasta que aparezca alguna mejor (y prometo, si es así, actualizar este artículo) una de las más interesantes es abominación o abominable. Y hay que tener en gran estima y tener a mano para cuando sean necesarias todas las demás candidatas. Que un escoria bien vocalizado tiene un peso específico notable.
Desde el punto de vista de la sonoridad la vocal O en un lugar adecuado parece aportar un plus de fuerza al insulto. Pero no siempre es así porque, por ejemplo, miserable es tremendamente insultante. Y creo que hay razones; por una parte su significado que evoca los peores sufrimientos, la avaricia, la mezquindad, la desgracia y la pobreza. Decirle a alguien miserable significa que es de una condición tal que solo provoca desgracias y sufrimiento. Y por otra parte porque es una palabra que puede decirse o, incluso mascullarse, con la boca pequeña pero el gesto cargado de intención. Es una palabra que puede ser tremendamente hiriente.
En definitiva
Me quedo, por el momento, con todas las candidatas y, especialmente, con abominable, escoria y miserable que también pueden arrojarse todas juntas formando ya una retahila bien coordinada: ¡miserable escoria abominable! ¡Abominable escoria miserable! o una secuencia: ¡miserable! ¡escoria! ¡abominación! Y ya con las demás surge una fuente efervescente de combinaciones: ¡mierda abominable! ¡basura inmunda! ¡despojo de mierda! ¡miserable abominación!
Pero no creo que esto haya terminado aquí. Estoy seguro que aún habrá alguien que haga algún descubrimiento apasionante y podamos seguir profundizando en la forma adecuada de calificar todas estas cosas abominables que están sucediendo en el mundo. Ojalá sea así. Pero, sobre todo, que teniendo claro como calificar la corrupción, la desvergüenza y la desidia nos pongamos de una vez por todas no solo a exigir sino a construir el mundo que realmente queremos.
Agradecimientos
A todas las personas que amablemente dedicaron un poquito de su tiempo a interaccionar conmigo en Twitter e hicieron interesantísimas aportaciones. Muchísimas gracias:
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